Sobre el dinosaurio camaleón

Al dinosaurio en cuestión se le debe entender como el populismo-nacionalista-autoritario; la autoridad de los vasallos tradicionalistas y colectivistas. Lo contrario al liberalismo-globalizante-democrático; el ámbito de los ciudadanos.

Es la metáfora que Macario Schettino utiliza en su reciente libro "El dinosaurio disfrazado" (Editado por Ariel, 2023) para analizar, explicar y cuestionar lo que considera el retorno de una forma de ejercer el poder en México, caracterizada por la fuerte autoridad que se concentra en el Presidente de la República.

Ofrece una explicación histórica, sociológica y cultural cuyos determinantes se encuentran en el propio país, pero también en el contexto internacional. Dicho eso, se desplaza en la búsqueda de una "solución" que permita evolucionar a México en un sentido moderno, como se entiende en occidente, sin dinosaurios, y es entonces que aparecen algunas dificultades, contradicciones incluídas. El objetivo no es de fácil alcance.

Schettino refiere que la sociedad mexicana mantiene una elevada distancia del poder (no se siente parte de él y tiende a subordinarse), un reducido individualismo (apegado a la familia y a las tradiciones comunitarias), una elevada aversión a la incertidumbre (siempre tirándole a lo seguro y a la protección), ampliamente permisiva (acepta y acude a la discrecionalidad sin orden ni reglas, dificultando el cumplimiento de un Estado de derecho) y notablemente agresiva (intolerante a la aceptación de las diferencias). (Pags. 176-181 y 187-188).

Para ello se basa en los estudios ochenteros de Geert Hafstede publicados en el libro Culture´s Consequences y en los estudios sobre “el mexicano” publicados secuencialmente por la revista Nexos en los años 2011, 2018 y 2023. (Ver notas 40 y 41 del capítulo “El fin de los dinosaurios”, pag. 203).

Si ese es el sustrato social sobre el cual se construye el sistema de poder mexicano, parece claro que es el caldo de cultivo natural para el populismo-nacionalista-autoritario. Parece coherente con los hechos de la historia: es el tipo de poder, en diferentes modalidades, que ha predominado en el tiempo, con la casi única excepción del intento liberal-globalizante-democrático de los años 1987 al 2018.

Treinta años en doscientos de vida independiente es apenas un atisbo modesto y pasajero. Más aún si lo extendemos a los 500 años transcurridos desde el establecimiento de la autoridad colonial de los españoles en América. Y más, mucho más, si contabilizamos la tradición patriarcal y autoritaria de la era precolombina. 

Para México, la Modernidad occidental del liberalismo democrático tiene una fuerte corriente en contra para navegar.

Esto parece ser un hecho endémico, histórico, que puede tener mayor o menor peso en un contexto mundial cada vez mas interrelacionado y de influencias múltiples.

Los 30 años del intento democrático mexicano coincidieron con la crisis económica interna de mediados de los ochentas y, posteriormente, con el desconcierto mundial del fin de la Guerra Fría y la consecuente “unipolaridad” occidental capitalista y liberal, misma que empezó a agotarse drásticamente con la crisis financiera global de 2008 (cuyas consecuencias no terminan de manifestarse) y, finalmente, con la posterior irrupción de China como la contraparte económica que le disputa la preeminencia mundial a los Estados Unidos. China llegó también con la pandemia del Covid-19, de alto impacto tanto en la economía mundial como en el estado anímico y emocional de las personas alrededor del mundo.

China llegó como una amenaza para la cosmovisión de occidente al mostrarse como una economía de mercado y partido único que no ha necesitado de la democracia liberal para irrumpir desafiante.

Hemos tenido, entonces, una crisis del capitalismo financiero que genera desconfianza y frustración entre sus habitantes, confrontada por ejemplo económico exitoso que prescinde de la democracia tipo occidental.

El hecho constatado es que las democracias liberales vienen a menos en el mundo. Han perdido adeptos rápidamente frente a la proliferación de autocracias, y populismos autoritarios.

Schettino lo explica como parte de un hecho cíclico en el mundo según el cual las sociedades se retraen frente a la incertidumbre, el desconcierto y la confusión que provocan los cambios drásticos en las formas novedosas de comunicación, orillándolas a refugiarse en la tradición, en utopías y bajo el manto de líderes mesiánicos. 

Para México es doble el condicionamiento, interno y externo, que empuja para buscar la certidumbre de la sociedad y de los individuos en la costumbre colectiva, la seguridad en la familia y la protección en un líder fuerte.

Entonces…

¿Tiene sentido suponer, siquiera, que es factible desplazar al dinosaurio del dominio del poder o, más aún, extinguirlo?

Aquí la parte que me parece más débil del texto de Schettino: el breve apartado “La extinción” (pags. 148-150) en el capítulo 5, “El fin de los dinosaurios”. (Pags. 145-181). Capítulo que, estrictamente, no se refiere al final de los dinosaurios en el panorama político, sino que lo dedica a explicar la razón por la cual existen. 

Para extinguirlos tendría que suceder, asegura:

- Un factor externo que los aplaste no está a la vista (para el caso mexicano). Ni es deseable. “El meteorito” lo llama el autor, en alusión a una eventual invasión extranjera o algo así. En el horizonte no está visible.

- “La autodestrucción”; una especie de antropofagia de eliminación múltiple y definitiva. Impensable. Ignoro la razón de incluirla como opción porque el mismo Schettino reconoce que “son capaces de cualquier cosa con tal de sobrevivir”. Por ejemplo, camuflarse entre colores partidistas, al estilo camaleón, que es lo que le da sentido, contenido y título al libro.

- “Lo que alimenta a los dinosaurios es la sociedad tradicional”. Entonces, que se mueran de hambre, propone como tercera forma de extinguirlos. Para luego decir desconsoladamente: “Esto solo podría ocurrir si su alimento preferido, los humanos, dejase de existir o se negase a ser usado como carne de cañón.” Esto es, que la gente deje de seguir a sus líderes fuertes (aunque sean autoritarios) cuando los necesitan. 

¿En qué quedamos? Párrafos antes he expuesto su propia explicación del sustrato social y el contexto internacional que les dan razón de ser. Contradicción adicional, para culminar este inexplicable apartado remata el autor: “los caudillos clientelares, los caciques, no son una aberración social, sino resultado de una forma de organización más antigua que la democracia liberal, y más común que ella.”

Ahí está pues. Tendremos que seguir multicitando el multicitado microcuento de Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí”.

Existe, en efecto, una tensión histórica entre la sociedad tradicional y la moderna, estando ahora los vientos a favor de la primera. “Es precisamente por este contexto internacional que no parece posible una transformación de fondo en el corto plazo” (Pag.147)

Entonces, no hay caos, como lo sugiere, sino certidumbre. Mucho menos un caos que sea el “resultado de la indecisión social” (pag. 189) Ello deja la idea que su solución depende de una lúcida decisión de los miembros de la sociedad (en una elección presidencial, por ejemplo) que de manera repentina se deciden a ser modernos, ciudadanos, liberales, demócratas y dispuestos a la competencia en el marco de la incertidumbre.

Lejos de eso, las transformaciones culturales no son solo racionales y, en todo caso, se van dando por múltiples factores a lo largo del tiempo.

El propio autor lo reconoce: “El fin de los dinosaurios, pues, no ocurrirá en 2024” (pag. 148). Sin importar, por cierto, de que lado caiga el resultado electoral. 

La conclusión, entonces, se antoja obvia: habrá que seguir conviviendo, altercando, alternando y disputando espacio social, durante un período incierto, con el dinosaurio.

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