La ideal

Puedes amar a la causa de tus peores pesadillas.
Empezar por reconocer que ambos proceden de distintos planetas.
No es que vean la vida de manera diferente, es que las mismas vidas que ven son muy diferentes. 
Emocionalmente todo debe ser pasional. Sin razón que valga ni concierto. Intuitivo, agridulce y bajo tormenta. Con el cuidado intensivo de las angustias. Valles y crestas.
Administrar el escandaloso problema de comunicación. Inexplicablemente no se usa el mismo vocabulario. Tampoco el abecedario. Pueden servir más las señales de humo. Los juegos del tacto. Y cuando a veces ni eso, simplemente comprender en base al silencio.
No querer ser pretencioso por aportar a la complejidad de las ideas. Mucho menos si alguno tiene esa molesta debilidad de inclinarse hacia el chocante flanco del intelecto.
Las versiones ficticias de los hechos son cataplasmas de paz con duración temporal. Cuando se acumulan transforman en tambores para las peores guerras. La sabiduría de lo inútil es desechable.
Las ausencias se sumergen en su propio banco de niebla. Lo que pasa en el silencio se queda en el silencio. No alterar.
Salvaguardar las atrocidades del carácter. Basta con estar. Y saber cuándo no estar.
Aunque a veces se truenen los nervios, no naufragar. Sufren desgaste pero son parcial y satisfactoriamente renovables.
Con voluntad se aprende a imponer el afecto por sobre el defecto. Factor para reconocerse como las piezas perfectas de la pareja imperfecta. La ideal.
Puede no ser necesario cantar ni bailar. Ni siquiera hacer circo.
Basta con jugar divertidos con las tensiones y las tentaciones.
Cultivar la sonrisa.
Valorar la importancia del llanto.
Hipnotizar la mirada.
Y amar, amar y amar. Mucho amar. Con impulso irracional.
Así, como pueden llegar a ser las cosas inevitables.
Nada más porque sí. 


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