Cumpleaños


En la hora del abismo no puede haber suficiente lucidez para tratar de explicar el tiempo negro. Fango Largo quiso, entonces, encontrar una manera de saber en que punto del ciclo de la vida se encontraba. No recurrió al Rey León. Debió haberlo hecho. Equivocadamente de puso en manos del ermitaño intrínseco. 
Ese solitario es una larva. Un gusano que no evoluciona pero que no por ello se encuentra en extinción. Ganas tuviera. El ermitaño intrínseco es un inadaptado cualquiera. Un condenado a la vida eterna.
Fango Largo no se aguantó las ganas y en su desesperación fue a solicitarle una receta para neutralizar los atentados provenientes del odio del tiempo. Como respuesta íntima el ermitaño le sugirió privilegiar los ciclos de la luna y olvidarse de los giros del planeta. El tiempo es la humedad misma, le dijo. Los siglos de los siglos no se miden por el caer de las hojas del calendario sino por el silencioso fluir de la savia y la sangre, del sudor y el llanto, del semen y los caldos de cultivo, de la saliva, de la lluvia y de los ríos. El mar no es un testigo mudo. Es la neta.
No hay necesidad de inventar contenciones para evitar que la humedad penetre. Ni silencios. Eso es derrochar la vida en imposibles. La clave más secreta, por todos conocida, está en vibrar con crisis espasmódicas llenas de emociones descerebradas. Reír a carcajadas. Sufrir sin llanto. Con llanto. Sudar el manto y la camiseta. Bailar en las tinieblas esquivando los frecuentes espectros de cerdos voladores. Los soplos de un aparente viento ingenuo. Panza, menudo, mondongo en sus variadas presentaciones. Comida mantecosa. Caldo espeso. Viscosidad rojiza. Vapores densos con humos blancos, amarillos y cenizos. Oscura mortandad a cucharadas. 
Todo se reduce a estar siempre mojados. Empapados. Por dentro y por fuera.
Hay ácidos para el corte. Verde zacate. Clorofila. Verde limón. Acidez que produce amargura en la garganta.  Efectos secundarios. Vendavales por montones. Sensación de ingratitud y coraje por todo. Por nada. Por lo que se parece a lo mismo. A uno mismo. Montañas de sesos inútiles y pestilentes. Para ese aire podrido está el incienso. Veneno. Y aceite de motor, usado, para las gárgaras de alivio.
Eso es lo que hay, siempre hay, para los mortales en su ciclo. Pura emoción. Humedad. Pasión nata. Neta.
Comprendiendo sin conceder (¿o sin comprender?) el hallazgo, el pobre Largo se sintió sanado. En el fango. Esbozó la más sutil de sus muecas, imperceptible para el mundo que no para el alma, y alzó la mano vacía en señal burlona de un brindis imaginario. Colectivo. Para todos. Sólo para él.
Sonrisas.
Fango Largo está de fiesta.

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