Fin de una era

Si le quisiéramos poner fecha y simbolismo podríamos decir que el desmantelamiento empezó con el quinazo, aquel 10 de enero de 1989 en que, después de una elección dudosa, el recién desempacado gobierno de Carlos Salinas metió a la cárcel al líder moral y real de los trabajadores petroleros, Joaquin Hernandez Galicia, "La Quina". A partir de entonces el llamado "salinismo" se bautizo a sí mismo como símbolo antinacionalista, sinónimo de neoliberalismo. 

Muchas veces se dijo en el gremio petrolero que el día en que algún vende patrias se atreviera a tocar al petróleo mexicano como patrimonio fundamental del país ardería la pradera de la nación. Y sin embargo... 
después de un largo, lento y persistente proceso de desarticulación, 25 años después, la reforma energética en ciernes parecería estar por poner el último clavo en un cambio de era que muchos creían imposible.

Nacionalistas eran y hoy ven con consternación los resultados desastrosos que para el país y su gente han significado las medidas económicas de los últimas tres décadas. Peor es la incertidumbre con los cambios que ahora se aceleran. La confusión generada intencionalmente en torno a este tema opaca la perspectiva. Pero una cosa parece ser cierta: estamos ante el cierre de una etapa histórica iniciada con la expropiación petrolera de 1938. 

Es muy difícil emitir una opinión al detalle sobre las reformas y perfilar una perspectiva precisa dada la escasez de información detallada y el cúmulo de propaganda chatarra que circula en los medios y en las redes sociales. Por una parte los voceros oficiales tratando de convencer con eslogan y promesas imprecisas. Por la otra los detractores fustigando inclementes, por principio y definición, a las mismas. Aunque es de reconocer que algunos legisladores, de oposición principalmente, se han preocupado por informar a la ciudadanía sobre los contenidos y los procedimientos a debate.

No hay duda que la dinámica mundial de la economía y de los energéticos, así como la situación interna del país, obligan a una reforma en el eje neurálgico de nuestra economía: el petróleo. El problema es la letra chiquita: el como y para donde se orienta. Identificar a quien beneficiara en primera y en última instancia.

Los apologistas del discurso global afirman que el nacionalismo está fuera de uso. Que es reminiscencia nostálgica de otra época. Pero en la vida diaria vemos y vivimos que los estados nacionales siguen existiendo hasta para disputarse un trofeo mundial de fútbol. El flujo global, la tan mencionada globalización, su bandera, esta restringida para los capitales financiero y en cierta medida, con dificultades y restricciones, para algunas mercancías. Para las personas, ya ni decirlo, no hay esas facilidades: las fronteras en vez de abrirse se cierran. La migración es un tema de miseria, a veces de discriminación y racismo: un conflicto universal presentado en parcialidades, en ocasiones confrontando a países y tensando la vida de sus fronteras. 

Hasta la información y la comunicación se bloquea. Se dice que estamos sin retorno en la era de la información, de la tecnología de las telecomunicaciones globales, con posibilidades de acceso universal para todos, pero los estados nacionales, -sus poderes, sus gobiernos, sus elites dominantes, los autoritarismo de sus autoridades-, se empeñan en promover monopolios concentradores de verdades únicas y en imponer controles y censuras a la ciudadanía y a las colectividades minoritarias: quieren fisgonear, censurar, limitar y castigar hasta en las modernísimas redes sociales: pretenden hacerse sentir como el verdadero Big Brother.

Así pues, a pesar de lo que la propaganda ideológica diga, los estados nacionales son, existen y sobreviven. Siguen imbuidos en el conocido juego de poder de unos tratando de imponer su voluntad sobre otros, con viejos y nuevos métodos. El único que no tiene patria es el capital financiero que los cruza a todos por la cintura. Que un país como México, desigual, desequilibrado y vulnerable, entregue a los más poderosos la fuente de su fortaleza económica, el petróleo, puede ser un suicidio. No hay compensación que amortigüe. Se quedaria sin sus mejores fichas para poner en el tablero global de la economía. El vecino y sus amigos se meten hasta la cocina.


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