Sin Phonías es tupido


A pesar de estar repleto, rebasado en el orden del desperdicio verbal, El Parlante Phonías es un tipo convencional. Necio y sabio supo hacerse necesario. La intensidad del sonido se superpone a la rapidez de la idea. Marea como somnífero para alentar la abulia de un metapoder compartido. 

Phonías, ¡vaya policía! Con el control condensado en la falta propia de calicatencia se aprovecha de la tecnología ajena. Nada se dice a su margen que no sea. Lo que no sea, se diga y se sepa será utilizado en tu contra. Se habrá de saber porque para eso están las maquinitas. El que hable de más se elimina. Todo baja la pura verdad de sus registros es perfecto, parecía, sin saber lo que decía.

No siempre se parece a sí mismo aunque disimule lo contrario. Su debilidad está en el movimiento. Cinética. Física de las partículas que se bambolean con el aire. La respuesta está en el viento. Lo supimos aquel día en que el tráfico estaba imposible sobre la vía de alta velocidad. Optó -vociferando a gritos desesperados- por encausar sus prisas pachorras hacia la ruta secundaria. Nada como mantenerse en línea sin que nadie lo moleste.

El hecho sucedió en los siete minutos posteriores.

La mole de materia indeterminada embistió de frente y sin conmiseración a la discreta camioneta utilitaria de El Parlante, que no dejaba de hablar a pesar que los acompañantes (incluido el chófer) preferían estar dormidos. Después se supo que era un vehículo deportivo a más de 200 kilómetros por hora, conducido con toda intención como meteorito teledirigido. En primera instancia los medios repetidores de las órdenes de Phonías pretendieron culpar a su propio conductor de haberse echado un pestañazo. Pura intriga porque no hay testigos que confirmen la versión. Los menos suspicaces han endosado la culpa a lo angosto de la carretera.

La incandescencia fue mucho menor al estruendo expandido. Lo que ya es un buen decir. Como si se hubiera activado un detonante extra-adicional. Sonó a ruido universal. Solo así se pudo, finalmente, callar al merolico, torvo y escudriñozo sibilino. Esto no es frecuente pero cuando sucede (porque alguien quiere que ocurra) no hay control que lo contenga.

Lo virtuoso, rayando en lo obvio, es que nadie conduce por esos lugares a tan alta velocidad si no tiene malas intenciones. Quedará para los registros básicos posteriores que deberán interpretar los investigadores de historia. De ello nadie habla por ahora. Con eso de que ni nombre propio tienen ya las víctimas y los victimarios de los crímenes.

El hecho que no se puede ocultar es que nunca antes un refulgente acontecimiento había provocado un eco tan distante que diera por silenciar a la turbia y depredadora voz imperante.

Sin Phonías ya nada es igual. El cerebro está tupido de saturado.

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