Temporada de huracanes

Armando Tiburcio Robles

Diez ediciones surgieron, desde que vio la luz en 2017, antes de que pudiera hacerme de un ejemplar impreso. Siempre que la busqué estuvo agotada. Así de exitosa ha sido la novela de la joven escritora veracruzana Fernanda Melchor. Viene a modo su lectura ahora porque en la península estamos en plena temporada de huracanes, la más intensa por la cantidad de formaciones amenazantes que se han creado en el océano.

Pero en Temporada de huracanes, la novela, los meteoros naturales no están. Solo se insinúan al caer los primeros goterones de las lluvias tardías. Lo que sí abundan son los temporales humanos: pasiones y sinrazones de existencias en el límite de sus posibilidades y al margen de los patrones convencionales. Quienquiera que haya vivido en las costas petroleras de Veracruz o Tabasco sabe bien lo que la autora refiere y podría poner nombres o rostros a lugares o personajes. Existen.

No podían faltar en esa historia las ilusiones marginales (regularmente frustradas) de trasladarse a Cancún para estirar esos límites asfixiantes y hacer de la vida propia algo nuevo. Hay, en la vida real, quienes lo logran. Nombres, rostros y circunstancia de la novela también están, entonces, entre nosotros. Ahora.

Con noviembre habrá de concluir nuestra temporada meteorológica de huracanes. Mientras tanto, la amenaza sigue ahí. Esperemos que no suceda nada peor de lo que hasta ahora que de sí, con varios golpes climáticos, han aportado su grado de inestabilidad a las tensiones anímicas y al descontrol social provocado por una emergencia sanitaria inesperada.

Según el dicho popular, nos ha llovido sobre mojado. Cada vez más se presentan expresiones de molestia por la pérdida de familiares, amigos o simplemente alguien conocido, los confinamientos obligados, la suspensión de clases, el cierre de negocios, las dificultades económicas, las restricciones para el contacto personal, el uso de cubrebocas, la adopción de protocolos sanitarios inusuales y, en general, el trastorno de la vida como la conocíamos. Tal vez es temprano para identificarlos en toda su magnitud, pero están siendo manifiestos los efectos psicológicos de un nuevo drama que se acumula entre silencios. De por sí vivimos entre varias pistas paralelas algunas de las cuales mantienen altos los índices de violencia intrafamiliar, feminicidios, embarazos púberes, violencia juvenil, drogadicción y suicidios. Nuestros otros huracanes cuya temporalidad no tiene plazos.

Con diciembre iniciará una nueva oleada local: la de eventuales huracanes políticos; de luchas por espacios de poder mediante las campañas electorales y los sufragios. No serán fuerzas naturales inevitables. Esperemos que los participantes diagnostiquen adecuadamente la circunstancia, calibren sus impulsos y ayuden a convertir la amenaza en una oportunidad de convivencia. Diría de fiesta, abusando de los buenos deseos.

A pesar de la pandemia las elecciones no se han suspendido en el mundo. Hasta ahora. La democracia puede ser una herramienta que, bien manejada, puede ayudar a despresurizar la tensión social y a darnos a todos un sentido de pertenencia, de colectividad, independientemente de las preferencias, que deberán ser respetadas. Inhibir la participación social por conflictos, por ejemplo, sería en estos momentos una calamidad. Gestor de peligrosos huracanes.

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