Frente a las amenazas de la economía se tratará de imponer la política-política

La revisión de los indicadores económicos nacionales, de uno y otro lado, no dejan margen para documentar el optimismo (dijera Monsi).

La economía mexicana se agrieta. Análisis y resúmenes de buen talante, datos duros comprobables y comparativos estándares que se pueden checar, desembocan, todos, en la misma vertiente: los ingresos fiscales y presupuestarios públicos debilitados, junto con una deficiente calidad del gasto, anuncian márgenes estrechos para la salud económica mexicana. Y sin inversión privada con generación de empleos. Economía comprimida.

Se deduce, como consecuencia, que al paso que van las cosas las promesas y los compromisos gubernamentales no se habrán de cumplir. 

Los efectos en la población serán inevitables, se anuncia. Para algunos, el deterioro de la economía mexicana será factor determinante para las decisiones políticas y electorales venideras. 

Lo dudo. El impacto suele ser lento y de efecto retardado.

La democracia, se supone, debería ser correctiva para ajustar la representatividad cuando la economía se tuerce y no cumple con las expectativas despertadas. Sin embargo, el señuelo esperanzador de la narrativa persistente y los programas sociales para la parte más popular de la población están funcionando bien como motores del apoyo al oficialismo, a pesar de los datos y contrastes antes mencionados.

En esas condiciones la política-política puede adquirir una dinámica propia y ser factor de peso por sí misma. 

Es entonces que se abre la posibilidad para que desde el poder se tomen las medidas que considere necesarias para modificar (lo habrá de intentar) las reglas de la misma democracia para que la adquisición, permanencia y ejercicio del poder se pueda realizar sin depender de otros factores. Ni siquiera de una economía maltrecha. 

Las pretensiones de modificar las reglas electorales y todo su contexto en México (INE incluido) apuntan en ese sentido. No podrían tener otra explicación en las actuales circunstancias. 

Los demócratas originales, los creadores del actual sistema, consideran innecesarias las reformas. Si el sistema de representación y arbitraje electoral funciona bien no es necesario alterarlo, afirman.

Desde el poder central se piensa otra cosa. No le sirve. Le estorba y por eso aprieta. El proceso se ha iniciado en la capital del país. Prueba de que esto no se ha terminado.

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