Hay “tapado” con corcholatas destapadas

“El tapadismo satisface las exigencias de una cultura fundamentalmente mágica.” 

Así lo expresaba en fecha lejana, 1975, el maestro Daniel Cosío Villegas en su extraordinario texto “La sucesión presidencial”. 

Analiza de manera breve y minuciosa los relevos presidenciales, durante el periodo de 1940 a 1970,  mediante el sistema de “el tapado”, mecanismo de control y estabilidad del régimen post revolucionario, que sería uno de los pilares fundamentales para la permanencia del PRI en el poder durante buena parte del siglo XX.

La inclinación del pueblo mexicano para encandilarse con la magia, las decisiones y el relevo del jefe político absoluto, dice don Daniel, tiene raíces culturales profundas: 

“Se sabe bien que no hay acontecimiento político que llame tanto la atencion de los mexicanos (y de los extranjeros) como este de la sucesión presidencial. Y eso por razones obvias. Es bien conocida la observación hecha por antropólogos e historiadores de que el mexicano de todos los tiempos ha tenido frente al jefe de la tribu o del estado una actitud de verdadera veneración, pues de tal ser superior espera el milagro de que con un gesto o una palabra le devuelva la riqueza o el bienestar. Y es un hecho también que el mexicano de hoy cree que del Presidente depende, o parece depender, toda la vida nacional, de modo que para nadie puede ser indiferente que sea ésta u otra la persona elegida.”

En esa cosmovisión popular el presidente de la república es el ser supremo, el mago hacedor de todo, creador único del bien que el pueblo necesita. Pero el semi Dios de carne y hueso es pasajero, se tiene que retirar para ser relevado por otro. Por el siguiente mago. ¿Quién será? 

La respuesta depende del propio supremo en turno, que habrá de cortase las alas y transferir la varita milagrosa al sucesor que él mismo deberá designar. De ahí la gran expectativa social por conocer quien será el siguiente beneficiado del destape, del “corcholatazo” (termino que, desde entonces, utiliza Cosío Villegas).

El procedimiento del “tapado” desapareció de la escena nacional con la salida del PRI del poder presidencial al iniciar la etapa llamada de la alternancia democrática. A partir del año 2000 los presidentes han surgido de opciones partidarias diferentes a la del mandatario en turno. El poder pasó a manos de los votantes, de los ciudadanos. 

Sin embargo, “el tapado” esta de vuelta. El presidente López Obrador, conocedor intimo y meticuloso tanto de las creencias profundas del pueblo mexicano como de las articulaciones del poder tradicional, lo está utilizando para procesar su propia sucesión. Cuanta, hasta ahora, con el poder electoral para intentarlo aunque, a diferencia de lo que sucedía con el PRI, no esta solo en el escenario. La oposición tiene vida propia, la salud averiada, pero aún puede ser competitiva.

Su partido, Morena, se perfila para ser hegemónico electoralmente pero no cuenta con el liderazgo ni con los engranajes institucionales y sociales-corporativos para garantizar estabilidad y continuidad. Dejar en sus manos el riesgo de un mal procesamiento del relevo lo puede hacer estallar en pedazos.

Para suplir esa carencia el presidente toma en sus manos no solamente la decisión del relevo sino el control del proceso para hacerla viable y transitable. Por eso ha lanzado, con mucha anticipación, el velo misterioso sobre su sucesión. Ha decidido hacer de la contienda interna por la candidatura oficial una campaña en forma pero informal.

Siguiendo a Cosío Villegas, el presidente denomina “corcholatas” a quienes, dentro de su equipo y proyecto, aspiran a suplirlo en la presidencia. Tienen nombre y apellido, están a la vista, destapadas y han sido incitadas para que hagan presencia publica intensa por todo el país. 

De lo que realmente se trata es de posicionar en el animo público a la opción política propia, al proyecto, a la 4T, al partido, para que se reconozca como la alternativa electoral incuestionable, independientemente de la candidatura que sea determinada posteriormente.

Hasta ahora, la oposición solo atina a balbucear cierta inconformidad ante una avalancha política en medios y “en tierra” que los tiene abrumados.

El corcholatazo definitivo aun esta por venir. El tapado existe en el ánimo del Gran Elector, a buen resguardo. La decisión final dependerá de cómo se encuentren las circunstancias en el momento oportuno. Ante una competencia cómoda y holgada la inclinación será muy distinta a la que habrá de suceder en caso de una contienda difícil y cerrada.

Aun así, no hay garantía de que el esquema vaya a funcionar por la pura voluntad presidencial. Estamos en otros tiempos y circunstancias. El resultado también dependerá de la forma en que reaccionen los aspirantes encaminados, entusiasmados y movilizados a todo gas con sus equipos, pero que a la mera hora no se vean favorecidos por el destapador.

Momento histórico interesante. Contradictoriamente, por el grado de eventual conflictividad, se asemeja más al periodo de 1929-1936 que al que analiza Cosío Villegas en su texto.

“El tapado” revive en tiempos de incertidumbre democrática. Todo un reto. 


Lectura referida: 
La sucesión presidencial, Daniel Cosío Villegas, Cuadernos de Joaquín Mortiz, México, 1975.

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