La prueba del ácido


El Zurdo Mendieta está de vuelta después de Balas de Plata. El mismo: víctima de pederasta y del terapeuta. De los mariscos, la cerveza y el tequila. De meterse en problemas por voluntad propia. Admirador de la belleza aunque sea una muerta quien la personifica. Brother de su hermano. Voluntarioso de ser policía ministerial aunque piense que es un inútil buenoparanada. Sinaloense hasta las cachas.

 Empedernido enamorado de los amores imposibles, pensando en uno y atrofiado por el otro: “Revivió sus besos abarcadores, prolongados, dulces, sin saliva. Me encanta que no metas la lengua, él quería decir que todas las mujeres afirmaban lo mismo y lo que quería meter era otra cosa pero sólo sonreía, como el hombre que está saliendo de una tremenda fijación por una mujer y aún no sabe cómo comportarse.”

Ahora pensaba en un cromo de mujer de piel tostada, con un ojo color miel y el otro verde, que era justamente la muerta. Una brasileira de ensueño que bien sabía diferenciar a quienes trataba: ”¿Eres poli? No pareces. Te ves algo mustio, ¿te sientes desubicado?... “ “Los policías tienen un aire cruel que los explica, en cambio tú te ves tan normal, ¿haces mucho ejercicio?”

¡Quién no va a sufrir la pérdida de una bella mujer que te soba el ego de esa manera!

Una serie de recuerdos que no se toleran al saberla asesinada. ¿Quién pudo atreverse a matarla con tanta frialdad? Quien quiera que haya sido esa pinche rata, el Zurdo la quiere encontrar y darle su merecido. Sus jefes lo presionan para que olvide el asunto; hay demasiados encobijados, caídos en la absurda guerra contra el narco que ha desatado el Presidente, como para estarse ocupando de los restos de una puta, una teibolera. Y con los del FBI encima metidos en lo del tráfico de armas.

Una piruja, sí, pero con mucha maestría para darle por el lado a todos sus quereres y, en lo que a él concernía, eso lo ponía sentimental: “No creo que seas poli, eres demasiado tierno, correcto, culto; sabes quién es Vinicius de Moraes, quieres ir a Río a ver a las chicas de Ipanema; los policías no piensan eso, ¿eres corrupto? No es cierto, ¿por qué? Recordaba su voz almibarada. ¿Quieres llorar? No seas ridículo. Un bato que ha llorado por tanto no puede llorar por esto. ¿Por qué no puedo? Porque no, el amor es veneno que fortalece, no uses esa fuerza para llorar.”

La reina ha muerto. Era la soberana de un antro de segunda clase pero pieza para el disfrute de hombres que se sienten estrellas de las grandes ligas y a quienes traía absolutamente pendejos y abriendo la cartera: políticos, empresarios, narcos, lavadólares, deportistas, extranjeros… y un policía prángana que se dio el gusto solo porque ella quería. Con decirles que hasta la gozó el padre… mejor lo averiguan. Un monumento humano con un exótico tatuaje íntimo de sanitarios escolares “Simplemente para aumentar el placer.”

Historia de un amor insospechado e inconfesable en medio de una catarata de crímenes. Zurdo Mendieta, a ver si los atiendes. Yo lo que quiero saber es quién la mató a ella y cuando lo encuentre voy a reventarle los huevos a patadas ¿Un asesino serial que le da por usar una navaja sin filo para arrancar a sus víctimas las tetas?

Para empezar: el capitulito Uno, la primera hoja, la descripción en 53 líneas del asesinato de Mayra Cabral de Melo es mo-nu-men-tal. Impresionante. Para subirse ahí y ya no bajarse.

(La prueba del ácido, Elmer Mendoza, Tusquets Editores, 1ª. Edición en Colección Maxi, México, marzo de 2012)

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