Un fantasma recorre el mundo: el conservadurismo. Se le percibe husmeando, haciendo amagos y travesuras acaso, entreverando grietas diversas y variadas en un mundo que se presume moderno, cientificista, tecnificado y global. Empuja, en todos los casos, para tratar de imponer creencias, valores y miedos tradicionalistas utilizando todo lo que esté a su alcance: estímulos y distorsiones culturales, obligaciones de ley o imposiciones de gobierno. Derechos humanos, diversidad, pluralidad, multiculturalidad y tolerancia son términos y conceptos que tiende a omitir, a reprimir y, si se le presenta la oportunidad, a proscribir. Este manto nebuloso y turbio no es casual ni inocente. Es un proceso promovido, programado, dirigido, consensuado y, en muchos casos, políticamente consentido. Coinciden en ello rusos ortodoxos con anglosajones protestantes. Orientales budistas con latinoamericanos católicos. Musulmanes radicales, ni se diga. Después de la caída de aquél mur...