¿Cuánto por tu voto?


“Quién sea sorprendido comprando votos será sancionado por la autoridad y expulsado del partido”.

Con la cabeza baja y el gesto adusto los aludidos no ocultan su preocupación. Entienden el mensaje. Se tienen que apurar: no han recaudado lo suficiente para ser “competitivos” en la elección; o para conseguir la candidatura; o para acceder al cargo directivo en el partido. Simulación domina.

Cada vez se pone más cara y compleja la compra-venta de votos. Los competidores con más recursos ofrecen y encarecen el juego. Las representaciones son acaparadas por las élites. Los oferentes, por su parte, le encontraron el modo no solo para arreglarse con el mejor postor sino para hacerlo con varios simultáneos. Los controles se hacen necesarios.

El comercio de votos es ahora más sofisticado. La ley de oferta y demanda se modula con regulaciones de facto. La confianza en la palabra se va perdiendo. Las nuevas tecnologías reinventan el proceso, pero el mercado no se detiene. 

Hace unos días vi un reportaje en cadena de noticias norteamericana ridículamente alarmados porque, al descomponer un dron ruso de combate en sus partes, encontraban que los componentes esenciales procedían de países como Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia. Los países de occidente vendiendo productos de guerra a Rusia para que ataque a Ucrania, el protegido de occidente. ¡Qué escándalo! Como si ellos mismos no fueran parte de la dinámica predominante en la economía de mercado según la cual los productos no tienen patria, ideología ni religión. También son huérfanos. En la guerra como en la política, todo lo que se puede comprar sale barato.

¿Está condenado el voto a ser una mercancía?

En occidente se inventó el concepto “democracia”. En su expresión simple, electoral, significa una persona que decide libre, un ciudadano, es igual a un voto. Todos los ciudadanos valen lo mismo, todos los votos cuentan.

Entonces, si no se puede votar en forma libre, no hay democracia. O si no hay ciudadanos pero si hay votos, lo que existe es democracia simulada, atrofiada, democracia de la masa inducida, condicionada o comprada, de una manera u otra. En esas estamos.

A Winston Churchill se le atribuye la frase aquella de que “la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado”. Su funcionamiento se basa en un conjunto de reglas que sean aceptadas por todos (leyes y normas ejemplares políticas y electorales no nos faltan) pero sobre todo en la voluntad de los actores políticos para cumplirlas y hacerlas cumplir. En el querer ganar “como sea”, el fin inmediato e individual justifica los medios, aunque en el camino se vayan desmembrando la convivencia política y el tejido social.

En la parte correspondiente a la sociedad, la democracia es un asunto de que existan ciudadanos que puedan votar y ser votados en condiciones parejas. Personas independientes y autónomas que entiendan y defiendan la importancia de hacer respetar y valer su decisión personal. La famosa libertad de conciencia. Y de que no tengan necesidad de venderla.

Educación y mejores condiciones de vida son requisitos para la democracia representativa plena. Para hacer ciudadanía. Con ignorancia y hambre no hay ciudadanos.

Son identificables los líderes y caudillos autoritarios en el mundo al quejarse de que la gente mientras más educada, informada y acomodada está, menos los respaldan y más los votan en contra. El síntoma se explica solo.

Para el caso mexicano, los lideres políticos y partidarios tienen, entonces, la tarea de combatir la compra de votos yendo a la raíz del problema: sus gobiernos deben atender de manera prioritaria el mejoramiento de la educación general de la población (cívica y formal) y cerrar las brechas de desigualdad, atacando la pobreza, empezando por eliminar la pobreza extrema, la pobreza alimentaria.

De lo contrario, todos los llamados al orden de la militancia y de los activistas mercantes del voto es mera simulación, demagogia. 

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